Me dan lástima. (Mt 15,29-37)

Hoy nos cuenta el evangelio que se le acercaban a Jesús, tullidos, ciegos, cojos, sordos, mudos... y la gente se maravillaba de ver salir andando a los cojos, oyendo a los sordos, viendo a los ciegos. Jesús, viendo tanta gente les dijo a sus discípulos: "Me dan lástima. No quisiera que se fueran y se desmayaran en el camino. Démosles algo para comer. Y a partir de aquí el milagro de los panes y los peces.

Nada más comenzar a leer la lectura lo primero que me llamó la atención fue la frase de "Me dan lástima". Anda que no han habido veces que me han dado lástima las personas que conozco y dicen no creer en Dios. Salvo aquellos ateos a los que admiro (y os sorprendería saber que la mayoría de las personas que conozco y son amigos míos son ateos acérrimos) y que considero que están más cerca de Dios de lo que yo pueda estar algún día, salvo esos, siempre me han dado lástima los otros. Los que viven sin vivir en ellos, los que pasan por la vida como quien pasa por el pasillo del supermercado sin intención de comprar nada. En la vida hay que gastar para poder comprar, y no me refiero al lado económico. Hay que comprar amistades, comprar sonrisas, comprar ratos de café y charlas que unen, comprar encuentros, comprar tardes de cine, comprar días de playa o de campo, comprar paseos por el parque, comprar, comprar.... activar en definitiva la economía de nuestras vidas. Sé que comprar es una palabra que no pega mucho con el espíritu gratuito de Dios, pero si nosotros somos la moneda, ¿para qué vale una moneda si no para usarla comprando, invirtiendo si os gusta más? No se puede pasar por la vida sin probarla, sin saborearla... Y hay mucho desaborío por el mundo.

Todos esos desaboríos son los que entiendo yo que se refiere el evangelio de hoy, salvo que estos sí supieron descubrir a Dios en Jesús y dar sabor a su vida.

Y hoy estoy más contento que ayer. Como dice mi hermana mayor, ya se siente en Navidad, y eso que sólo estamos a 2 de diciembre. Ayer del aparcamiento a casa iba tarareando villancicos. No sé, me gusta la Navidad, pese a tener en mis filas también a gente que la odia, ya sea porque todo le parece hipócrita o bien porque ha fallecido un ser querido en estas fechas. No sé, es tiempo de volver a crear un hueco en el corazón para que pueda nacer de nuevo Dios en nosotros. Estando en adviento es lo que toca, poner a nuestro corazón de obras, reformar y pintar ese cuarto para el niño que va a nacer, ponerle estrellitas en el techo, elefantes rosas en las paredes, etc.

Parte de esta alegría quizá la deba a mi entusiamo a corto plazo. Estoy entusiasmado con amistades recientes que estoy haciendo a distancia. Unas más lejos que otras. Quizá a falta de amigos cercanos de carne y hueso estoy buscando amigos en el ciberespacio. Pero qué queréis que os diga, estoy entusiasmado. Me gusta. A uno se le pasa por la cabeza que igual es mejor así, en la distancia, que es mejor no conocerse, porque sería más fácil enfadarse, más fácil ver la parte negativa de la otra persona, más fácil mandarle a la mierda, bueno, igual esto no, basta con cortar la comunicación y punto. Yo, a falta de ver la cara, poco a poco voy haciendo mis pinitos, mostrando mi cara fea, que la tengo, mi lado desagradable. No quiero que nadie se haga una idea equivocada de mi. Soy malo, aunque no lo pretenda, digo a veces las cosas sin mucho tacto. Como dice mi hermana mayor, tengo que medir más. Pero yo le digo a ella que no se puede ir siempre con un metro por la vida. Hay cosas que hay que hacer a ojo para tirar p'alante, con riesgo a equivocarse, que el ojo es lo que tiene, que muchas veces no acierta en la medida.

Y eso me cuento, así me siento y así me muestro. Ayer hablando con mi amiga Elena. No le conté nada, pero me eché unas risas a su salud. "¿Para qué me llamó?"-habrá pensado ella. Y cierto es. Sólo le decía "sí" y "jajajajaj".