martes, 27 de marzo de 2012

Extrañar

Cuando era pequeño, en el colegio escribieron un informe sobre mi que venía a decir lo que también me expresó después un jefe que tuve muchos años después ya en mi vida profesional.

Este informe que encontré escarbando entre muchos papeles antiguos de mi armario, decía que sólo consultaba al profesor en casos extremos, es decir, cuando me trababa, cuando por mi mismo no era capaz de acabar lo que tuviera encomendado. Sea cual sea el ejercicio. Y mi jefe me dijo una vez que, sin saber si era bueno o era malo, me encargaba cualquier trabajillo y temía cuando iba a buscarle en pos de consejo, pues, al parecer, sólo acudía a mi jefe cuando yo no veía solución por mi mismo.

Esto viene a cuento, a que el otro día recibí noticias de una amiga mía que me dijo que me extrañaba mucho cuando estaba triste. Hacía tiempo que no sabía de ella e ignoraba qué es lo que le entristecía. Pensé en lo mucho que me gustaría quedar ese mismo día con ella y que compartiera conmigo sus tristezas para ver si podía hacer algo por alegrarle. Pero claro, el teletransporte aún no está inventado. También me vino a la cabeza el requeteconocido pensamiento de "ya podías acordarte de mi en momentos alegres". Pero me dije ¡no seas así!

Cuantas veces nos acordamos de Dios en tiempos de tribulación. En esos momentos es cuando nos sentimos abandonados. ¿Será que tenía abandonada yo a mi amiga? Pues sí, es cierto. Aunque debo reconocer que era recíproco, que llevábamos mucho tiempo sin tener contacto el uno con el otro, fue ella la primera en contactar conmigo. Pasa por una de esas tristezas que de vez en cuando a todos nos dominan y se acordó de su amigo de la playa de cofete.

Y yo, curiosamente, la había visto este fin de semana pasado a traves de otra persona que confundí con ella. La chica, que no era ella, claro, se le parecía mucho. Me quedé pasmado mirándola, intenado buscar las 7 diferencias y la chica, mayor que mi amiga pero de belleza similar, me mantuvo la mirada intrigada por el interés que mantenía en ella. Una lástima que si ella entraba en el bar donde estaba con mis amigos, nosotros salimos al poco rato, tirando por tierra una de esas guerras psicológicas que en un tiempo me gustaba practicar.