Y llega la crónica del viernes de Praga. A comentarios ironónicos debo contestar que saqué 200 fotos, por lo que no pongo todas, sólo algunas que ilustren la crónica.
El viernes, el desayuno fue olímpico, mucho de todo. Al igual que el día anterior, nos levantamos temprano. Temprano pero sin reloj, con la luz del sol, despertar natural. Aún así, sólo llevábamos día y medio y, aunque se dormía espléndidamente bien, la idea de pasar un día más por ahí zascandileando sólo reforzaba la sensación del cansancio que llevábamos acumulando. Parece que no, pero eso de estar todo el día por ahí sin dormir siesta…
Hoy tocaba el barrio judío y ciudad nueva. (Josehof y Stare Mesto). Como siempre (debería decir como el día anterior) fuimos por Wenceslao y volvimos a visitar el mercado de frutas. También pasamos por el reloj astronómico. A las 11:00 en punto lo vimos funcionar (un montón e gente y grupos organizados apabullaron el sitio para ver a los autómatas del reloj). Por las ventanitas de arriba pasaban santos mientras el esqueleto del lateral tocaba la campanilla. Yo esperaba algo más sorprendente, hologramas, fuegos artificiales, luces láser…
Luego, en lugar de tomar la calle que da directamente al barrio judío, fuimos bordeando el río. Llegamos a bordear el famoso cementerio judío. No pagamos para entrar. No me hizo falta para sacar la estupenda foto que pongo. Tampoco entramos en ninguna sinagoga. Las vimos por fuera y punto. No daban ganas con tanto turista entrar en un templo.
Siempre que entro en alguna catedral de España y veo algún tipo de puesto que vende cualquier cosa, ya sean tickets para visitar capillas y demás como postales del templo, recuerdo la parte del Evangelio en que Jesús echaba a los mercaderes del templo. Siemore he pensado que los católicos no habíamos captado el mensaje. Que seguramente nos lo tenía que haber hecho a nosotros como lo hizo en su día con los Judíos. Pues bien, en Praga me di cuenta que los Judíos tampoco habían aprendido la lección. Negociaban con los templos como podrían negociar con su propia madre. Desde luego, ya tenemos algo en común los judíos y los cristianos, no respetamos lo sagrado. Me hierve el alma la “alegría” con la que turistas invaden templos y no mantienen un comportamiento correcto, de respeto y de silencio. Un templo no es una plaza pública. Pero bueno, tampoco se le pueden cerrar las puertas de los templos ni cobrar por entrar. Será opción personal.
La foto de esa boda no tiene nada que ver con la de ayer. Esta es una foto de otra boda donde estaban de botellón debajo de un puente, tal y como lo cuento. Igual no encontraron sitio para celebrarlo, qué se yo.
Como llevábamos paseando un rato, psicológicamente yo andaba ya cansado. Tenía la sensación de llevar días y días en Praga. Curiosamente, girando a un lado y al otro, veíamos que todo estaba rodeando y cerquita a la plaza vieja. No quedó calle sin callejear. Buscábamos un sitio que venía en al guía. Una especia de cafetería con pastelitos, pan, etc. La encontramos. Fue uno de los momentos estelares de todos los días en Praga. La foto donde salimos Ana y yo está tomada en el bakershop. Allí retomé fuerzas y me lo pasé bomba. Me explico. Muchos fueron los factores que contribuyeron a esa sensación de bienestar. Pedimos un café espresso (como dicen allí). El lugar estaba atendidos por 4 camareras. Todas muy simpáticas. Una e ellas nos puso los cafés y nos cobró. Salieron más o menos como en España. Así SÍ. Luego nos preguntó si queríamos un poco de leche. Nos puso dos jarritas en inoxidable con leche y espuma.
Nos llevamos las jarritas y las tazas a una barra de frente al escaparate, ideal para tomarte un café viendo la vida pasar mientras recuperas fuerzas. En esa barra había azucarillos, y canela. Eso de echar la leche con espuma a la taza y espolvorear canela encima…. Uhmmm, igual a como me lo ponen cunado me lo tomo enfrente de la oficina. Sólo que esta vez me lo preparé yo. Qué delicia. Empezaba a notar el cosquilleo de las piernas, cansadas de andar despacio haciendo turismo. Hubo un momento en que me quedé mirando hacia adentro con la mirada perdida. De repente me di cuenta de que estaba mirando en dirección a una camarera que estaba preparando una sopa o caldo. Ella se dio cuenta, me miró y me sonrió. Yo le sonreí. De repente se fue con el caldo hacia el otro lado de la barra, que formaba una L. Le seguí con la mirada. Me volvió a sonreir, también con sus ojos. Intercambió palabras con otra camarera. Esta, al minuto, me empezó a mirar. Y de repente, me sentí observado por tres camareras a intervalos, como si me hubieran descubierto. Una guerra psicológica a tres bandas. Ana flipaba. Como siempre me decía que tenía una imaginación desbordante. Me lo decía como quien dice que si soy guapo para ella es porque está conmigo y que no llamo anda la atención. En esto que entra una fantástica mujer, una cliente. Debería tener unos 37-39 años, no sabría decirlo muy bien. El pelo largo cortado a capas (extrañamente siempre me ha gustado), vestía sencilla pero con elegancia. No es que tuviera un físico excepcional, pero desbordaba sexualidad por todos sus poros. Llevaba una extraña rosa blanca de la mano, como dándole un aire bohemio y romántico, como si fuera una artista que toma un café de Montmatre.
Entró y me dio la espalda. Yo me quedé observándola dándole un codazo a Ana por el detalle de la rosa. Estuvo un rato ahí, esperando. Parecía como que la camarera no le hubiera visto. En esto que se cansa y se da la vuelta para tomar rumbo al otro lado de la barra para solicitar su pedido a otra camarera. Es en ese momento cuando se encuentra conmigo y sonríe como diciendo “no me atienden” sintiéndose sorprendida por mi. Consigue hablar con otra camarera y vuelve al mismo sitio de antes, volviéndome a dedicar su preciosa mirada. Elije lo que quiere y se va con la camarera al extremo más alejado, donde estaba la caja, para pagar.
Hasta aquí todo normal. Nuestros cruces de miradas, aunque yo le he dado bombo y platillo eran casuales, no buscadas. Tras un rato sin verla me decidí girar algo la cabeza y mirar hacia la caja, a ver si seguía allí. Estaba ya pagando. Esta vez le miré directamente y ella levantó la mirada hacia mí. De los 360º miró sólo en la dirección en al que estaba yo. Como esta vez miraba en plan guerra psicológica, ella no fue menos. Me sonrió, pareció que gané, que retiraba su mirada cuando sólo fue un amago. Volvió a sostenerme la mirada. Con descaro. Me hubiera ganado de no ser porque requería su atención de nuevo la camarera. Según escribo esto me acuerdo de Melocotón, a la que le mando un beso desde aquí, si no le ha asustado tanta parrafada y me ha leido.
Y debo decir, mi querida desconocida de la rosa blanca de Praga, que me pareciste guapísima y muy interesante.
Tras mi rápida recuperación, seguimos explorando el barrio judío. Después insistimos en buscar un sitio que nos habían recomendado para comer. Lo encontramos. Pedimos una de las famosas superensaladas checas que tanto me gustan, costillas de cerdo y el conocido goulash. Y mis dos pintas. La foto da muestra de los manjares y de la pitanza que nos íbamos a dar. Todo fue comido a pachas. Ana pensaba que no podríamos con todo, pero estaba tan bueno que no fue problema.
Sabíamos que se podía pagar con tarjeta, pero cuando se lo preguntamos al camarero por pura cortesía, este puso cara de “ya me quedé sin propina”. Dudó un momento miró a su jefe que pasaba por allí y este le asintió con la cabeza.. Nos había tratado tan bien que le jodía quedarse si recompensa. Cuando nos trajo el recibo y vió que le dejamos una buena propina, su cara radió felicidad, y se despidió más amablemente si cabe deseándonos un buen día. En este sitio nos trataron muy bien.
La tarde la dedicamos a pasear por los parques, nos sentamos en una de las islitas del moldava, luego paseamos por la ciudad nueva, la parte menos turística y con gente autóctona. Se notaba. Nos sentíamos más a gusto. Ya al anochecer (las 19 h) mientras buscábamos un pub superfamoso de 1485, pasamos por varios bares que tenían buena pinta. Cuando lo encontramos y entramos, usamos su WC gratis. Aunque tenían a una señora con un mostrador con dinero, para que le dejaras algo. ¿Qué consumes en un bar y tienes que pagar para echar lo que has bebido? No señor. No le dejamos nada. Tampoco le consumimos nada. Aunque era muy grande, estaba todo lleno de grupos enormes de turistas, mesas reservadas y unos precios carísimos. Le dieron por ahí.
Nos fuimos a tomar unas cervezas a un sitio por lo que habíamos pasado con gente del lugar. Nos miraron un poco raro al principio, porque debíamos ser los únicos no habituales del lugar. Pero nos trataron muy bien y fueron las cervezas más baratas de todo Praga (en donde habíamos estado claro)
Después nos fuimos a casa (al hotel), reventados de andar por ahí.
Ya sólo queda la crónica del sábado, el día del regreso, que tuvo otro momento curioso.
La lectura de hoy es sencilla y curiosa. En principio con poco mensaje. Jesús iba de región en región y de ciudad en ciudad predicando el evangelio del Reino de Dios. Iba acompañado de sus doce discípulos y de mujeres a las que había curado, como María Magdalena (a la que las malas lenguas dicen que Jesús le ponía la inyección, ya me entendeis) de quien espantó muchos demonios, Juana, esposa del intendente de Herodes y otras muchas.
A cuento de la lectura de hoy viene algo que me pasó ayer. Por mis palabras he llegado a decepcionar a alguien, a quien le había dado una imagen falsa de mi. El hablar de la lectura diaria del evangelio para saber qué quiere Dios de mi en mi blog, quizá ayude a ver el evangelio de una forma diferente a como hemos estado acostumbrados por los curas malos que todos hemos tenido. Mi forma de entender el evangelio es única y no tiene por qué ser buena. Al igual que cuando se malinterpreta nuestras palabras o nos tergiversan, ¿Quién dice que yo no tergiverso el mensaje de Dios?
Pretendo ser más humano, comprensivo, humilde,… Pero no soy perfecto, llego a decepcionar incluso a los que más quiero aunque no lo pretenda. Estoy aprendiendo a ser. Y me equivoco. Mucho. Meto la pata. Mucho. Pero aún así, puedo ser herramienta para llevar el Evangelio del Reino de Dios de “ciudad” en “ciudad”, sin haber aprendido aún la lección.
Aquellos que veáis en mi ciertos signos de humildad, por favor, desterradlos. Mi camino hacia la humildad todavía es largo y tortuoso. Si no, preguntadle a Ana, que podrá enumeraros mis defectos uno por uno.
Pero como el que escribe esto no es un alias, sino una persona que existe y se muestra como es, espero que mis palabras escritas o habladas, según aquellos que tengo al suerte de ve en mi día a día, sepáis verlas con el filtro de la comprensión y procurando entender que lo que digo no es por hacer daño, aunque lo parezca. No seré perfecto, pero he aprendido la dura lección de desterrar de mi la maldad de hacer daño aposta. Y es un huerto que cuido todos los días, porque la mala hierba crece en cuento te descuidas. Así que si ofendo, no lo deseo ni quiero.