lunes, 11 de febrero de 2008

Comer solo.

Comer solo. Un momento para la soledad como sentimiento de abandonado o esa soledad que provoca un fluir de pensamientos. Siempre odié comer solo. Si como acompañado, normalmente hasta que no acabo el último bocado no abro la boca, ¿para qué quiero comer con alguien entonces? Para tener una persona hablando mientras yo como y no le dejo comer al otro porque me está hablando, ¿no sería mejor traerse una radio? Es posible que piensen esto las personas que comen conmigo, como mi querida amiga burgalesa con la que comí el viernes pasado. Pero a ella y a todos los futuros posibles compañeros de mesa les diré que me arropa mucho su compañía. Hoy he comido sólo como la mayoría de los días. Pero hoy estaba yo y mi pensamiento trabajando. hoy me he dedicado a una de mis aficciones favoritas: observar a la gente. Entró una mujer que suele ir a comer al sitio al que voy habitualmente cuando estoy en la oficina. Nos conocemos de vista, pues somo habituales comedores solitarios. Ella entró cuando estaba a medias del primer plato, una estupenda ensalada verde, lechuga, remolacha, cebolla, tomate, aceitunas negras... Me miró y me reconoció. Le hubiera invitado a sentarse conmigo en ese momento a comer conmigo para que no tuviera que esperar a que hubiera un sitio libre, así nos dábamos mutua conversación. Evidentemente tendría que esforzarme en hablar más que en comer como hago con quien tengo confianza. Pero mi mesa no era apta para dos personas por una columna que eliminaba la mitad del espacio para una silla enfrente de mi. Tengo curiosidad por saber si hubiese aceptado de haberle echo señas. Es una mujer bastante mayor que yo, no creo que se imaginara que quisiera ligar con ella.

Entra la gente, mesa para cuatro, mesa para uno por favor. Dos amigas que han quedado hoy para comer porque es el único momento del día y, posiblemente de toda la semana, en el que se pueden ver. Les hago una radiografía completa. Son chicas normales, pero de buen ver. La rubia igual es más llamativa que la morena, que se sienta enfrente de mi. La rubia tiene una espalda bonita, con forma de un trapecio con la base menor hacia abajo, dando forma a su cintura. A mi derecha dos hombres trajeados hablando de la conciliación familia-trabajo. La camarera me retira el segundo plato y me pregunta qué quiero de postre mientras me recita la oferta postrera. Como aún estoy masticando el último bocado le hago una señal cuando nombra lo que me apetece. Para y vuelve a repetir la lista mientras le niego con la cabeza hasta que llega a la tercera opción. Los hombres de traje se extrañan de que le hable por señas. Ella se ríe porque sabe que me ha preguntado demasiado pronto. Al fin acierta lo que quiero. Se va. Y yo acabo de masticar. ¿Cuantas veces me habrá echo lo mismo?

La mujer ha conseguido sentarse delante de mi y dándome la espalda. Mientras otros leen un periódico de reparto gratuito ella es como yo en ocasiones. Mirada al vacío mientras te llevas un bocado a la boca. Parece que nuestra vida es una rutina que se repite todos los días sin ningún aliciente. Hoy yo no quería tener esa cara. Quería que mis ojos transmitieran esa vida que me llena. El tembleque ya se me ha pasado, o en su mayor parte. Cuantas oportunidades despreciamos todos los días de conocer nuevas personas cuando vamos a comer solos. Quizá es mejor aquello que dicen de malo conocido...

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