lunes, 18 de febrero de 2013

San Mateo 25,31-46.

Cuantas veces hemos oido el dicho de que no debemos mezclar churras con merinas. Pero no podemos hacer nada. Estamos mezclados. Unos somos las churras y otros somos las merinas.

Hay quien en esta vida elige la teoría de que es mejor esperar al final del todo y sea Dios quien se encargue de separar. Las churras pensaran que serán las elegidas y las merinas también. Todas al final querran ser colocadas a su derecha. Porque las que sean colocadas a su izquierda....  Los que practican este estilo de vida siempre albergan la esperanza de que, al ser separados, la masa buena les arrastre a un mejor destino. Pero olvidan que por las mismas leyes de arrastre de la masa, pueden ser arrastrados donde no quisieran. No cavilan. No miran más allá de las consecuencias de sus actos hasta que es irremediable. Y cuando es remediable pero tiene un precio alto personal, es cuando deciden que será mejor no pagarlo por lo caro que es y ocultarse en la masa. Y, por supuesto, cargar aún más la conciencia. Total, muchas veces que la masa tiene el efecto de ocultar conciencias.

Hay quien prefiere evitar mezclarlas. Nunca mezclarlas. Ya se sabe que las malas compañías solo nos pueden traer problemas. Y es cuando vienen las prohibiciones. Te prohiben esto y te prohiben aquellos. No se dan cuenta de que están mermando tu crecimiento.

Pero las personas no somos plantas de invernadero, donde el jardinero las planta en condiciones ideales para crecer y desarrollarnos a su gusto y control.

Las personas humanas (expresión gitana que siempre me hizo mucha gracia) somos como las semillas que lleva el viento. La vida nos pone en una rica variedad de situaciones, atmósferas, compañías,etc. Y nos toca tomar las decisiones. A priori nos parecerá que es más fácil que otros las tomen por nosotros. Nos resulta cómodo. Así, si alguna decisión es equivocada, siempre podremos echarle la culpa al otro.

Al tomar nuestras propias decisiones, nos iremos dando cuenta de que no importará si somos churras o somos merinas, sino lo que hemos ido forjando con la elección de nuestras propias decisiones. Somos nuestros propios jardineros y elegimos cuanto queremos crecer, cuanta sombra queremos dar y qué forma queremos adoptar.

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